Llegan las navidades, ese paréntesis festivo en medio del duro invierno, aunque sé muy bien que hay personas a quienes la navidad produce una enorme tristeza y melancolía.
En realidad no es más que el solsticio de invierno y, por lo tanto, una fiesta celebrada en prácticamente todas las culturas a lo largo de la historia. Nuestra navidad es una mezcla curiosa de numerosas tradiciones venidas de diferentes tiempos y lugares, por ejemplo leía el otro día que la costumbre de poner un árbol de navidad como hoy lo conocemos fue introducida en España por una duquesa rusa, ni más ni menos; aunque seguro que ese árbol tenía raíces que se hundían en la noche de los tiempos, como en casi toda Europa.
Unas curiosas antepasadas de nuestra navidad son las fiestas Saturnales romanas, que se celebraban en honor del dios Saturno y para conmemorar la construcción de su templo en el Foro de Roma, cuyas ruinas todavía se pueden visitar hoy en día (como si hiciesen falta más disculpar para darse una vueltecita por Roma). Durante estas fiestas había vacaciones, se celebraban banquetes y la gente se intercambiaba regalos. Parece ser que eran unas fiestas extraordinariamente populares. Y no deja de ser siempre sorprendente lo cercanas que son a nuestra vida actual tantas y tantas cosas de la antigua Roma.
En fin, estos son días de decorar las casas y las calles, reunirse con la familia y los amigos, saltarse todas las dietas (y toda la sensatez dietética), intercambiarse regalos y recargar las pilar para afrontar los meses de frío y oscuridad que nos esperan. Días para disfrutar y olvidar por un momento la crisis, los EREs y la incertidumbre.
Yo ya colgué el Papá Noel de la ventana