Este país sería aburridísimo sin los obispos.
No pensaba comentar nada sobre su última andanada de amenazas, condenas y flechas flamígeras ya que iba dirigida contra los católicos que osen apoyar la ley del aborto. Ya que no soy miembro de ese club el problema no era mío, por una vez no éramos el conjunto de la sociedad los destinatarios de tanta violencia verbal, que los católicos decidiesen como se tomaban los exabruptos de sus jefes.
Pero cambié de idea al leer unas declaraciones de José Bono, Presidente del Congreso de los Diputados y católico militante. Bono comparaba la intransigencia de ahora con que nunca se le hubiese negado la comunión a Pinochet. Y eso sí es algo que hay que recordar: la inmensa hipocresía de la Iglesia Católica. Una iglesia que amenaza con expulsar a aquellos de sus miembros que reconozcan el derecho de las mujeres a abortar pero apoya a dictadores sanguinarios, Pinochet, Franco y tantos otros; una iglesia que esconde discretamente (y sin excomunión) a curas, obispos o fundadores de movimientos fundamentalistas culpables de pederastia, en lugar de ayudar a llevarlos a la cárcel donde deberían de estar; una iglesia que apoya a los hutus responsables de masacres en Ruanda o Congo; una iglesia que acepta, sin mayores problemas la pena de muerte; una iglesia que trata por todos los medios de evitar el uso del condón para prevenir los contagios de SIDA, enfermedad que causa millones de muertos...
La Iglesia Católica considera todo eso -y unas cuantas cosas más- pecata minuta frente al horrendo pecado de votar por un partido que reconoce el derecho de las mujeres a abortar.
Si eso no es hipocresía que venga Dios y lo vea